Prólogo de José Luis “El Loco” Marzo*
Los colores siempre me gustaron. Un tío mío constantemente me insistía para que yo juegue en el otro equipo de la ciudad, pero yo tenía bien claro qué equipo me gustaba. Cuando se dio aquel memorable triunfo yo todavía no había llegado a Unión, pero fue tanta la revolución de los medios nacionales, principalmente los santafesinos, por ese partido que ese día con unos amigos mentimos que íbamos a ir a otro lado y nos fuimos a la cancha escapados. Ese 29 de julio definitivamente supe que quería jugar allí; la hinchada era inolvidable. De hecho, el gol de Leo no pude ni verlo de la fiesta y la locura que era la cancha. Lástima que no pude quedarme a los festejos porque debía volver rápido a Paraná porque si no, iban a descubrir que me había escapado; tenía tan solo 17 años.
Después con el tiempo, luego de haberme formado en Toritos de Chiclana, cuando hacía muy poco había llegado a Patronato me tocó enfrentarlo a Unión en dos amistosos y tener la posibilidad de andar bien. Nos habían dicho que íbamos a jugar con la Primera, pero finalmente vino la Reserva que en aquel entonces integraban Patita Mazzoni, Laucha Garate y Darío Cabrol, quienes después serían mis compañeros. En el primer partido en cancha de Patronato le metí dos goles y después en la revancha en la Tatenguita convertí uno.
En ese momento jugar contra Unión, equipo que era modelo en la región y que venía de ser campeón, era una emoción terrible; por suerte tuve la fortuna que a las dos semanas lo llamaron a mi viejo por intermedio de un conocido de ellos para que empiece a entrenar.
Ahí empezaba a cumplir un lindo sueño que tenía, conociendo a unos jugadores terribles.
Mientras formaba parte de la Reserva, de vez en cuando entrenábamos con los grandes hacedores de ese logro. Hasta el día de hoy le digo a Humoller, Mauri o el Negro Altamirano que nunca me voy a olvidar la primera vez que los pasé en un entrenamiento, tenía una felicidad enorme, aunque mucho menos me olvido la segunda, por las patadas que recibí. Para mí era todo nuevo y ese sello imborrable que habían dejado los campeones era único.
Desafortunadamente por una cuestión generacional nunca me tocó jugar con ese grupo, pero por suerte pude integrarlo y ahí te dabas cuenta lo líderes que eran y por qué habían logrado ese ascenso. La premisa de ese equipo, además de tener buenos jugadores y buenas personas, era el grupo: con un buen grupo humano siempre hay buen equipo.
Muchos chicos que crecimos con ellos después tuvimos la fortuna en 1996 de hacer historia nuevamente, logrando un nuevo ascenso para el Club. Sin dudas que ellos tuvieron la gran diferencia de haberle ganado a nuestro eterno rival, y nosotros a Instituto; por eso creo que esa huella que dejaron fue imborrable para la institución.
*Secretario Deportivo de la Filial “29 de Julio” e ídolo del Club.